Cuentos eróticos para despertar la conciencia

Pues hace meses mi colega y camarada de La Candelá Junta Lésbica, Mirla Hernández, me conversó sobre su interés de promover una publicaciones alternativas hechas con la participación de las mujeres de la comunidad lésbica local. Yo me permití hacerle una sugerencia inicial la cual fue acogida: hagamos del primer libro, un libro de literatura erótica. Desde ese tiempo pues, he leído y consultado con otras compañeras, como Karina Vergara, para conocer literatura erótica popular. He descubierto que por lo general dicha literatura cumple con su papel de ser la voz autentica de la calle, de no obedecer a una estética moderna, al buen gusto determinado por la hipocresía burguesa; es pues, literatura popular y libertaria, no sólo por el tema general, sino por su factura de clase.

Sin embargo, he pensado que esa literatura auténtica, de corte político subversivo porque simplemente el sólo hecho de redefinir el amor y las relaciones eróticas por nosotras mismas es una subversión, puede además servir de puente para una acción política más específica: el desarrollo de conceptos feministas, lesbicos feministas y/o Queer en una misma narración para hacerlos manejables y aprehensibles por las lectoras potenciales. Digamos que un poco es la idea de "cultura con sabrosura". No se trata, por supuesto, de adoctrinar o pontificar, se trata de que las que hemos accedido al poder y a la información, la compartamos con sororidad, conciencia de clases, para diluir barreras de entendimiento, para que hablemos un mismo idioma con las que no han tenido este acceso al poder-información sin la necesidad de imponerles un programa de programa de clases, si no como una herramienta que les atraiga orgánicamente hacia los saberes académicos. De hecho, de repente se me ocurre hacer un taller literario en torno a la Escuela Libre Audre Lorde donde creativamente vayan saliendo esos textos erótico-teóricos y que un próximo librito sea producto de la Escuela con su programa, por un lado, y del taller con su sexytura por el otro. Cool!!!

Pues ahora dejaré aquí abajo un extracto del primer texto que creé con la intención de participar de mi propio experimento, probar su viabilidad y presentárselo a la Mirlucha para iniciar los trabajos "editoriales". Teóricamente, solo me incliné por la exploración de simbologías rituales y estéticas de las mujeres, presenté mi propia concepción universal (no absolutista) del amor y aporté a una crítica de los roles binarios. Pues... enjoy!!





El cielo es de arena

Ignoro cuál fue el proceso íntimo por el cual pasó para reunir el valor de invitarme a su viaje a la costa, pero agradezco a todas las Diosas su parte en ello. Aquella bucha menuda, de delicados gestos y conmovedora humildad, difícilmente asumía el performance de playboy y conmigo, dado el respeto que siempre le inspiré, supe que ni lo intentaría. Nuestro respeto era el código inviolable que ya nos hubiese gustado establecer en todas las demás relaciones que teníamos, siempre tropezando con las expectativas que nos forjábamos y las concesiones invaluables que realizábamos, siempre concluyendo en desengaños merecidos. Es que el amor y el respeto no se mendigan… ni se regalan.

Para nosotras fue así. El deseo estaba, remoto, bien resguardado por el peso de la prudencia. Nos habíamos gustado. La atracción física siempre es más fácil, más universal, menos complicada que las idiosincrasias y preferencias, tan orgánica y simple como la primera sonrisa. Esperamos un tiempo protocolar a ver hacia donde esa sonrisa nos conduciría. Cuando supimos que podíamos valorarnos mutuamente como nos valorábamos individualmente, cuando supimos que podíamos confiar, entonces el amor fue inminente.

(...)

Fue en una reunión que anticipábamos (...) Se acercó tímidamente, dando a saltitos rítmicos sobre la música.  No es lo mismo mirar que moverse. Sentí su pánico cuando miró en otra dirección. La ayudé a llegar fingiendo que buscaba una nueva canción en la carátula de un cedé. Hasta que la sentí a apenas centímetros del volcán que había activado para ella a lo largo de la noche. Le sonreí. Le hice un comentario tonto sobre su forma de bailar. Ahora era yo quien necesitaría ayuda. Me la dio respondiendo con un comentario tonto sobre mis gustos musicales e iniciamos una charla ligera sobre el éxito de la reunión, charla que fue tornándose más densa en la medida en que analizábamos la dimensión humana de algunas de las dinámicas que se generaron. Mi irritación con las envidias y acusaciones de mujeres acomplejadas e inseguras, con poco que aportar al movimiento pero con mucho que demandar de él, con su sed de protagonismo, con su competitividad y luchas de ego interminables, siempre al acecho del error en la otra… siempre en procura de instrumentalizar relaciones, capitalizar circunstancias, sumarse puntos degradando a otras… siempre, siempre… Ella respondió con un poco de pesadez, abrumada por las terribles declaraciones que acababa de generar. Y entonces me percaté de mi error, callé. Ella me dio un abrazo, uno de hermana. Casi le pedí disculpas por mi frustración. Y ella me tomó de una mano. Salsa…“Reventamos, estamos que reventamos…” El roce involuntario de nuestros senos. Y otra salsa. “Una noche, descubrir tu piel, otra noche…” y el roce voluntario de nuestros senos.

(...)
Simplicidad y nerviosismo, disimulo y desvarío, me dijo, como sin pretensiones, esperando tener el universo: “Hey chica, esperaba que quisieras acompañarme a la playa el fin de semana”.

Claro que pudo ser mejor, claro que pudo recurrir a un poema sobre el amor y la eternidad; y yo pude hacer más que sonreír y esperar. ¡No me iba a poner de exigente cuando le dejé la parte difícil a ella! Yo había acariciado la idea de que ella tomaría la iniciativa. Diría las palabras. Haría los movimientos. Digamos que por democratizar los nervios y temblores. Esta vez ella trataría de disimular, trataría de dejar salir sus ilusiones controlando el apremio y la esperanza. Al escuchar la sencilla invitación, que dada la historia de desencuentros que nos precedía y la ocasión oportuna que habíamos generado, decidí que ella había hecho lo suficiente, que sus palabras eran una de tantas combinaciones ganadoras posibles. Acepté la invitación saboreando la ternura de su masculinidad, la activa fuerza de su femineidad profunda, preparando mi pasividad masculina y femenina voracidad para un desenlace que mejor pretender que desconocía, dejando pendiente la reescritura de los roles en todos los manuales para la seducción.

Al día siguiente, la ciudad era azul. Varias mochilas apiladas, una guagua, rostros conocidos, un camino serpenteante, un sol abrasador, unas miradas de complicidad, y luego… Gemidos agónicos celebrarían un crimen premeditado. Esa noche seríamos atrapadas por lo eterno y sentenciadas a la vida.

(...)
El agua divina se arremolinaba entre mis piernas y a la altura de las caderas. Ir y venir. Mi pelvis ensayó la búsqueda y los espasmos. En el último abrazo de Yemayá, estaba fuera del agua. Los pezones erectos por la brisa fría de la noche o por el deseo. No alcanzaba a definir la sombra que se movía. Estaba ciega de placer. Torpemente avancé hacia el campamento.

La descubrí en su seriedad, tratando de encender la llama equivocada. Me serví un trago de ron cargado. No podía ayudarla. Miraba sus movimientos suaves, su forma cortes y armónica, la estructura cósmica de su existencia, su balance, su simetría… ella, distraída en tareas mundanas, no sospechaba ya el volcán, el eco del big bang retumbando bajo mi piel, creando mundos de placer cálidos, misteriosos. Me alejé. 

(...) 
Floté relajada junto a la luna no supe por cuánto tiempo antes de sentirme observada. Era una presencia que parecía haberse inclinado sobre mí. Abrí los ojos cuando pude. La descubrí frente a mí, inclinada, tratando de identificar el bulto negro erguido sobre la arena. “Quería estar sola. No sabía que estabas aquí”. Mintió descaradamente. Sonreí, vi su sonrisa claramente a la luz de la noche. La vi dudar entre seguir con su excusa o quedarse y reconocer que me buscaba. Me puse de pie y la ayudé a tender la manta. “Este es un buen lugar para quedarte”. Arrastré la manta hasta el lugar que yo ocupaba, una cueva de uvas de playa donde fácilmente se podría amanecer protegida del viento. Ella volvió al punto desde el cual me contemplaba y recogió algunas de sus pertenencias dispersas sobre la arena. Desde mi perspectiva parecía un niño. Un boi en ropita de playa. Eso era. Vino hasta mí, me extendió una botella de agua. Tomé. Luego ron. No quise. Mi propio trago  estaba por ahí, amargo y diluido. Ella tomó y se sentó en la manta. No supe qué hacer... era el momento incómodo de sentirme indecisa, de tener que responder las preguntas imprudentes de una moral que no conozco: "¿Crees que ella está interesada en esto? ¿Estás segura de lo que está pasando? Mejor te retiras antes de que parezcas una cualquiera...". Podía respirar y calmarme. Podía echarme sobre ella. Podía temblar y deshacerme. “Estoy llena de arena”, resolví decir. Y caminé hacia el agua. Ella no se movió. Yo en mi propia torpeza de chiquillo no sabía si completar la tonta idea de mojarme y congelarme. Ya me había despedido de Yemayá. Hacía frío y ella no querría mojar su manta… Su manta…

Volví del agua sin Diosas. Nerviosa. Con frío. A medio camino, me detuve, dudé, miré el campamento. Al volver la vista, ella ya estaba puesta de pie. La vi abrir una toalla y esperarme. “Necesito un trago” le dije y le quité la toalla de las manos. La acción se antojaba como un abrazo, pero me faltó valor. Me faltó femme fatale. Me asusté. Ella se inclinó y tomó su propio trago. Bebió y me lo extendió. Su experiencia nos sacaría del atolladero, confié. Al tomar, le extendí el vaso… Que cayó a mis pies.

Un sonido hueco me dejó entender que ella no agarró el vaso, sino que me asió por la cintura.  Sentí el ron caliente deslizarse por mis pies en el mismo segundo que todas las aguas cálidas fluían de mi cuerpo poseído por el deseo. Fui consciente de ese momento, de ese momento y todo mi cuerpo y mi lugar en el mundo… porque… había perdido todo un segundo antes. Tomándola del cuello, moviendo sus besos por mi cara, por mi boca, buscando su sabor  tantas veces anticipado, me tropecé con la verdad: era aún más dulce. Lentamente fue deslizando sus manos hacia mis caderas. Sentí su indecisión y la apreté contra mí, le di permiso… de tocar lo que quisiera. Consiguió atrapar mis glúteos con delicia, con firmeza, con curiosidad. Yo exploraba sus hombros y su cabeza, su pelo hermoso. Luego quise apoyar el contacto pélvico deslizando mis manos hasta sus glúteos, atrayéndola poderosamente hacia mi. Sus glúteos son una delicia, redondeados y firmes, las caderas y glúteos de una Venus. Ella es perfecta. De pronto la vi mirarme como si quisiera estar segura de que era yo. Se llenó de rubor y apretó los ojos casi inocentemente. Me enciende poderosamente su dulzura, su candidez. Es una mujer tan poderosa y… a la vez… y… ¿Qué estaba haciendo? Pensaba demasiado, pensaba, trataba de asirla con cada recuerdo y me olvidaba de imprimírmela en cada poro, que es más importante. Su pelvis contra la mía, apretada firmemente, acariciándome, como en un saludo, y yo perdiéndome del presente por asegurar el futuro. Seguí dibujando sobre su cuerpo el mapa de ruta de mi deseo. Ella iba un paso adelante, adentrándose en mi territorio, siguiendo el instinto. Yo me sostenía en sus sólidos hombros. Sentí que mis piernas fallaban. No veía la hora de que me arrastrara a la manta, luchaba por mantener su ritmo sereno... mis piernas luchaban por tenerme en pie... hasta que suavemente fue invitándome hasta tenderme sobre la manta cubierta de una fina capa de arena. Ella sobre mí cantó con su pubis un eco de las olas. Recordé la Diosa. El ritmo. Adentro, afuera. Arriba, abajo. Su pubis, su pubis, su pubis. Ir y venir.

(...)

Amanecimos cubiertas de algas,  de polvo de estrellas, alimentadas por una luz desconocida, como un halo lunar que se habría de notarse por toda la ciudad, por toda la playa, por todo el planeta, por toda la vida. “Unas mujeres han tomado el cielo” es el grito callado del amo. Ya nada más pueden hacer, somos invulnerables. Ella y yo, todas nosotras, lo hemos tomado. Ella y yo, todas nosotras, con todos los elementos entre las manos, andando por un espacio indefinido, logrando redefinir el espacio... redefinirnos en el espacio, nos hicimos Diosas en medio del cielo... el cielo es de arena.



Santo Domingo,
Febrero 2011.







Comentarios

  1. Wao que bien contada esta historia! No desperto mi conciencia por cierto sino mi bisexualidad latente!Su pubis,su pubis!hummm y ese "cielo de arena" nada como arrastrarse en nuestra esencia de tierra...me encanto!

    ResponderEliminar
  2. Y eso, que lo dejé en el preámbulo y corté para saltar al final... hmm tal vez funciona como erótica :D
    Gracias por la libertad de gozar esto!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario