
y describí mis primeros paseos
sobre sus cejas tendidas
como un acueducto romano.
Había cruzado el Pont Neuf,
que la piedra antigua
desvista a los hombres que fue
antes de llegar a mi camino.
A la sombra de la tarde, sus cejas
entrelazadas como niños
que cruzan la calle
cogidos de la mano
en un domingo de paseo,
cantando calabazas y columpios,
son la plata hermosa del porvenir.
Yo, agua sobre sus cejas,
tranquila y fluente antes de las
invasiones bárbaras,
¿cómo no lo vi antes?
Sé porqué, mas no cómo
pude ignorarlo en tantos días
de exquisita soberbia,
rígida y vertical.
Me lo ha dicho él: la cantera
de donde salen sus piedras
sin defectos, el plato donde sirve
su dieta autárquica, todo refiere
a una suerte de coprofagia ilustre.
"Soy un comemielda", y se tendió
en el piso de ladrillos mientras
la brisa me soplaba al oído
"Aqua Appia".
Tras una tarde de roces
involuntarios y viciosos,
regreso andando por donde vine,
con el sabor pendiente
de un café pagado por los dos
para el loco del futuro que nos tomará
como niños de la mano
hasta llevarnos al otro lado del miedo,
en silencio antes
de apresurarme a contestar,
ligera sobre sus cejas cruzadas,
un rumor apenas...
en estado líquido.
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